Generación del 80 sin la desconexión impuesta por la reforma de la Constitución del '94, que permitió un plan de gobierno embonado con objetivos económicos y políticos de largo plazo.
El gran arquitecto de la República
Por Raúl Faure.
Julio Argentino Roca fue el primer presidente de la República definitivamente organizada luego de que se declarara a la ciudad de Buenos Aires como capital, tras siete décadas de enfrentamientos entre porteños y provincianos.
Para que las jóvenes generaciones comprendan el significado histórico de la designación de Buenos Aires como capital y asiento de las autoridades nacionales debe decirse que en las batallas libradas en junio y julio de 1880, entre los partidarios de su nacionalización y los partidarios de su autonomía, murieron más compatriotas que durante todos los años que insumieron las guerras por la independencia de la corona española, entre 1810 y 1824.
La significación política y moral de su gobierno, Roca la explicó brevemente ante la Asamblea Legislativa que le tomó juramento con estas palabras: “El secreto de nuestra prosperidad consiste en la conservación de la paz; puedo deciros, sin jactancia, que mi divisa será paz y administración”
No pretendió ser, ni lo fue, un gobernante providencial. No embaucó a la población con fábulas autorreferenciales ni con falsos relatos, no fue jefe de un clan rentado por el Estado, y jamás utilizó la mofa para humillar a sus adversarios. Solo prometió paz y administración. Y cumplió.
Una obra singular
Era Argentina, entonces, una vasta extensión ubicada en los confines australes, desgarrada por el desierto, las distancias y la incomunicación entre sus diversas regiones. Al cabo de los seis años que duró su mandato, aun hoy la obra ejecutada causa asombro y admiración.
Se duplicó la extensión de las vías férreas que, de 2.500 kilómetros (km) pasaron a cinco mil kilómetros y se tendieron seis mil km de líneas telegráficas para conectar entre sí y con el litoral a las provincias del interior y se protegió la soberanía nacional sobre los confines de la Patagonia y las zonas limítrofes con Chile, Paraguay y Bolivia, en los actuales territorios de Misiones, Chaco, Formosa y Neuquén.
Roca utilizó los únicos recursos básicos con los que se contaba, en esa época, para impulsar la producción, incorporando capitales y mano de obra europea y los más modernos adelantos tecnológicos bajo el amparo de las leyes y el honor nacional. Para tener una idea de la magnitud de esos aportes, debe decirse que el 40 por ciento de las inversiones del Reino Unido en el exterior fueron destinadas a nuestro país, y que se radicaron medio millón de inmigrantes.
En 1878 importábamos trigo y harina. En 1880 logramos autoabastecernos. Y en 1886, las 100 colonias agrícolas fundadas en Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba ya producían granos para exportar. En Cuyo, las bodegas nativas produjeron más vino que las de España y Francia sumadas.
En la llanura, escenario de malones y depredaciones que destruyeron familias de colonos y poblaciones levantadas junto a los viejos fortines, se fundó la pampa gringa. James Scobie, el historiador norteamericano que consagró parte de su vida al estudio de esa época tituló uno de sus más célebres libros Revolución de las pampas para poner de relieve las hondas transformaciones y el progreso que convirtieron al país, en solo dos décadas, en una potencia mundial.
Educación, salud y cultura
La unificación del sistema monetario, el crédito bancario dirigido a la producción rural, las leyes que garantizaron la libertad de cultos, la enseñanza primaria obligatoria, laica, gratuita y la divulgación de ciencias aplicadas en las universidades, entre otras medidas adoptadas por el gobierno de Roca, permitieron que Argentina se convirtiera en un “crisol de razas”.
El Estado tomó a su cargo de la edición de las obras de Sarmiento, de Alberdi, de Mitre, de Vicente López y de los científicos europeos que investigaron la geología, la geografía, la botánica, y la zoología y se sancionaron las leyes de procedimientos penales y civiles en reemplazo de los códigos heredados de
la colonia.
En la ciudad portuaria, ahora sede de las autoridades nacionales, se realizaron obras de salubridad, se abrieron nuevas calles y avenidas, se modernizaron plazas y paseos, se inició la construcción del nuevo puerto y se habilitó el Hospital de Clínicas, el primero y más avanzado de América del Sur. La vieja ciudad virreinal dio paso a una metrópoli pujante, que contaba con servicios desconocidos aun para muchas ciudades europeas. Al cabo de dos décadas Buenos Aires fue bautizada como “la París del Plata”.
Y se acometió la proeza de edificar una nueva ciudad diseñada por urbanistas europeos, para sede de las autoridades bonaerenses, la ciudad de La Plata, orgullo de los argentinos.
El legado
Con excepción de los profesionales contratados por el actual gobierno para falsear y desfigurar nuestra historia, todos los investigadores objetivos de nuestra historia coinciden en que Roca fue el presidente que necesitaba el país en su etapa fundacional.
Recibió una nación en ciernes y dejó una nación verdadera. Con imperfecciones y errores, como toda obra humana. Pero con cimientos firmes. No impuso su autoridad a los golpes ni se rodeó de genuflexos ni de adulones.
Al concluir su mandato, el 12 de octubre de 1886, no necesitó hablar durante horas, ni recibir aplausos forzados para hacer su balance. Dijo serena y sencillamente: “Concluyo mi gobierno sin haber tenido que informar de guerras civiles, de intervenciones sangrientas, de levantamientos de caudillos, de empréstitos gastados en contener desórdenes y sofocar rebeliones, de depredaciones de indios, de partidos armados contra la autoridad de la Nación, sin haber decretado, un solo día, el estado de sitio, ni condenado a un solo ciudadano a la proscripción pública”.
Roca nació en San Miguel de Tucumán en 1843 y murió en Buenos Aires el 19 de octubre de 1914.
Fuente: La Voz del Interior
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